Dolce far niente

A la memoria de Mario.

Lombardía está cerrada.

Cada uno tiene sus historias y referentes, la Lombardía es uno de los míos. En esa región del norte aprecié la cultura, la italiana y la mexicana, porque la distancia me enseñó a valorar la mía; aprendí a entender el italiano como lengua, conocí la gastronomía local, aprendí de la cinematografía de Visconti, conocí un pueblo universitario histórico como Pavía, un lugar que hace del pato un rito como Mortara, vi los programas de ironía de Chiambretti, disfruté al Chaplin italiano: Toto, el del cinematógrafo, y vi las hazañas de Toto, el pequeños del sur, campeón de goleó en el 90’. Vi los senos de Gianna Nannini apenas terminar de cantar “Notte Magiche” en San Siro, en el mundialista verano del noventa; disfruté de los paisajes estivos del Lago de Como, y las montañas alpinas, disfrute una y otra y otra vez de la planura lombarda, paisaje por el que podría circular una vida sin jamás aburrirme.

En Lombardía descubrí y ví a algunos de mis ídolos del deporte; a un equipo poderoso como no he conocido otro, el Milan de Sacchi, equipo sin paragón con el que se volvió amor eterno; vi a Schumacher, a Vettel, a Alonso, a Massa, a Montoya, todos en el boscoso y rapidísimo circuito de Monza.

En la Lombardía conocí el “dolce far niente” en su versión del norte (muy diferente a la versión original del sur, para bien o para mal), los espressos en las mañanas mientras se comentaba la nota del día, los aperitivos vespertinos en plazas abiertas, llenas de luz, cargadas de historias. He seguido durante cuarenta años el cuidado de la plaza Ducale en Vigevano, una discreta joya renacentista, escaparate de lo mejor de ese maravilloso lugar.

En los lagos lombardos vi luz a través de montañas que termina reflejándose en espejos de villas de trescientos años, meseros de guante blanco y librea que ofrecen un aperitivo al pié de la rivera. Brisa pálida que atraviesa lagos de aguas azules cruzados por las Riva de madera. Atardeceres desde el balcón de las Bozzetti en Cernobbio con vista al lago de Como desde un lugar privilegiado, acompañado por botellas de espumante, invitados por el querido Cesare. Recuerdos sutiles del cariño familiar de Fiorenza, Marilla, de la Tata.

Fue difícil entender cuando me enteré que la región lombarda era una de las principales contagiadas en el mundo por el coronavius. Una región laboriosa, culta, llena de historia, rica por donde se le vea, confinada por un virus, apestada casi por el mundo.

Recuerdo como si fuera casi habitual la estación de tren de Vigevano con destino a Milano (o a Alessandria en el otro sentido), recorrido que pasa por el río Ticino, por la planura lombarda, por Abbiategrasso —el lugar en donde recuerdo haber conocido los mejillones (una gran revelación infantil) en aquel restaurante Napoleone—, recorrido que continúa por enormes plantas industriales recientemente venidas a menos, por las puertas sur de Milano, por la mítica estación de Porta Genova

Conocí el Speck, la Bresaola, el vino blanco del Oltrepo Pavese, el arroz de la planura, la manufactura fina del calzado de Aldrovandi, de Moreschi, la peletería de Buscattese, el fino y educado trazo de Nick, diseñador por años en la empresa de familia, los gelatos -sobre todas las cosas los gelatos— del café Bramante, ya desaparecido, o del histórico “Comercio”, aún vigente. La industriosa zona de Brescia y la maravilla que es Bergamo Alta, los frescos en el palacio Gonzaga en Mantova, seguidos de una copa de

Por encima de todo conocí la amistad a distancia, el cariño a millas de distancia de mi país. Gracias a mi padre fue que conocimos a Mario, que nos abrió las puertas de su casa. A Pietro, hermano por adopción, a Alessandra, a la querida Fiorella, a Delia, madre italiana por adopción, una señora exquisita. Su estupenda cocina, y la manera tan italiana de hacer familia en torno a la buena mesa. Su amor al detalle, a la manufactura artesanal, al amor por lo propio, el balcón de flores, entendí la importancia de cuidar lo que se ama. Conocí lo más importante que se queda en el corazón de por vida, lo que ningún virus ni ninguna crisis podrá jamás arrebatarte.

Me sigo y no acabo nunca, la Lombardía está cerrada.

El Cruce

A los KON3.

La sonriente sobrecargo insistía en sugerir acompañar mi café con una bebida fresca, cada país tiene sus costumbres.

Me lavaba las manos, y encontré, mirando hacia el espejo, que en el suelo del toilette del avión se encontraban algunos billetes. Con la crisis que hay en la Argentina y la gente tirando el dinero. Los recogí, se los entregue a la sobrecargo que con bella sonrisa en su cara recibió y agradeció: “La persona que haya extraviado dinero en el baño sanitario posterior, favor de pasar a recogerlo”, se escuchó en los altavoces del avión; entre los pasajeros se observaron algunos entre ellos, otros levantaron la mirada pensativa al cielo del avión, alguno sonrió.

Poco antes de aterrizar, por la ventanilla se observaban los andes, el avión descendía peligrosamente entre cerradas montañas, tanto que parecía el paisaje de un recorrido a caballo; se escuchó de nuevo:”La persona que haya extraviado dinero en el baño sanitario posterior, ….”

Así nos recibió San Martín de los Andes, pequeño poblado andino enclavado en territorio Mapuche, que tiene todo el sabor que da estar al pie de la montaña. Respetuosos del entorno, edificado con piedra y madera fundamentalmente, a orillas de un hermoso lago y al pié de nevadas montañas, San Martín aparecía como un punto ideal para iniciar la aventura en la Patagonia argentina.

El Cruce era la culminación de alrededor de seis meses de entrenamiento en cerros dispersos por todo Jalisco, extraordinarios paisajes apenas a unos minutos o máximo un par de horas de Guadalajara. El Cruce es un evento en la Patagonia entre Argentina y Chile —de ahí su nombre– que desde hace dieciocho años se celebra cada año, durante finales de la primavera austral, partiendo de Argentina con algún punto de cruce hacia Chile, a través de elevadas montañas, amplios valles por los que corren sus ríos, escondidas cascadas y lagos de un sorprendente azul. En tres días se recorren 100 kilómetros subiendo montañas, corriendo entre nieve, gozando como niño, sufriendo sin saber porqué; se comparte el sueño entre casas de campaña regadas en poco espacio con alrededor de mil participantes, se come asado, si eres mexicano bebes algo de tequila y mezcal, el baño se hace en las cristalinas y heladas aguas de los lagos. Unos van para ganarlo, la mayoría por participar y disfrutar, corriendo o caminando, o un poco de ambos.

El resultado es difícil de compartir, es un evento de introspección, la belleza de los paisajes se quedan en la memoria fotográfica de cada quien, lo que comparto son aprendizajes, muchos de ellos verdaderas perogrulladas, pero no me cae mal recordármelos y anotarlos. En su libro «El vértigo de las listas», Umberto Eco da cuenta de la obsesión y la importancia que le da el hombre a buscar enumerar universos finitos e infinitos en todo tipo de listas, cada una cargada en la mayoría de ocasiones de su propia subjetividad, así que no me quedo atrás y hago mi propia lista:

1. Haz algo que disfrutes: la diferencia es enorme en el desempeño y el goce entre hacer algo por cumplir, y algo por disfrutar.
2. Fíjate objetivos cada vez más altos, retadores pero alcanzables; claros y frecuentes. Cumplirlos o intentar cumplirlos genera consistencia.
3. Ten un plan de entrenamiento, una guía. Eso facilitará el proceso para llegar a los objetivos
4. Colabora con gente que comparta tu pasión. Hará el esfuerzo disfrutable, te retará, te enriquecerá.
5. Involúcrate de manera activa y positiva siempre sumando. Vas a recibir siempre más de lo que das.
6. Aporta lo mejor que tengas, no te guardes nada. Será la primera y última oportunidad que tengas de sumarle a personas que posiblemente nunca más vuelvas a ver.
7. Equípate bien, no gastes de más, invierte en lo que te va a hacer rendir mejor.
8. Disciplina tus hábitos.
9. Asegúrate de tener el apoyo de tu equipo cercano, tu familia, tus colaboradores; te darán inspiración y harán más fácil el proceso.
10. Descansa cada vez que tu cuerpo te lo pida.
11. Sé puntual. La suerte normalmente no avisa cuando llega, y conviene que te encuentre listo.
12. Sé paciente, muy paciente, lo que tenga que suceder sucederá.
13. Colabora con compañeros y participantes a los que no conozcas, te harán el camino más disfrutable.
14. Cuando se dé la oportunidad acelera, cuando estés cansado o el camino sea demasiado difícil avanza, pero no te quemes en esfuerzos que difícilmente recompensan.
15. Haz tu propia carrera. Nadie la hará por ti, ni tú por nadie.
16. Desarrolla capacidad de resistencia. Al final de cuentas resistir te hace llegar de una u otra forma al objetivo trazado.
17. Aprende a sufrir y del sufrimiento, es parte del proceso, y es inevitable.
18. Date tiempo y recursos para la recuperación, encuentra momentos para tomar aire de nuevo y seguir adelante con energía.
19. No generes expectativa ni te la generes, disfruta y haz tu mejor esfuerzo y sin darte cuenta superarás tu expectativa.
20. Pregunta y aprende de los demás, saben mucho más que tú de cualquier tema.
21. Comparte conocimiento, el poco que tengas compártelo, a alguien le será de utilidad.
22. Establece premios por etapa, te alentarán a seguir adelante y motivado.
23. Conoce y respeta las reglas, no hay atajos.
24. Cuando creas que ya no puedes mas, continúa, deja que pase el sufrimiento, resiste; te darás cuenta que tu cuerpo tiene una capacidad que no conocías.
25. Confía en ti y en tus capacidades, te sacarán adelante en los momentos complicados.
26. Adáptate a los entornos complicados e imprevistos, de ellos están llenos las competencias que valen la pena.
27. Cuida tu alimentación, cuida tu sueño.
28. Viaja lo más ligero posible, y conforme aprendas del proceso, viaja aún más ligero.
29. Disfruta de la adversidad y aprende de que haces con ella, en las siguientes adversidades sabrás afrontarlas de mejor manera.
30. No te quejes, no te quejes, no te quejes.
31. Acepta las circunstancias como se presentan y evalúa tus opciones
32. No desperdicies, no sabes cuándo necesitarás de esa agua que no hiciste rendir.

Memoria de aquel S-11

Cada quien lo guarda en su memoria, es de esas pocas fechas en que sabemos, casi con certeza, lo que estábamos haciendo y en dónde nos encontrábamos.

Había sido un fin de semana espléndido. Un fin de semana de boda en Lombardía con mucho sabor a México.

Viernes cinco de septiembre,  llevamos gallo a la novia, algo insólito en un pueblo del norte de Italia de apenas unas 50,000 almas; la gente se asomaba por los balcones,  cuchicheaba por la calle aquel atrevimiento, mientras la novia no daba crédito, Alessandra no paraba de reír.

Sábado seis de septiembre,  ceremonia de boda por el rito católico en la pequeña iglesia, aperitivo en jardín y banquete en alguna casona de la planura lombarda; aún recuerdo un extraordinario risotto y la fiesta, que de no haber sido por varias botellas de tequila, dulces típico, serpentinas y otras amenidades mexicanas, no habría pasado a la historia.

Domingo siete de septiembre, fue delicioso, trayecto a Cernobbio, a la ribera del Lago de Como, comida en el  mítico Gato Verde,  digestivos en la terraza de nuestras amigas Bozzetti con preciosa vista a ese maravilloso lago, Cesare ofrece brindis con espumante de su cantina, la tarde es tibia,  la luz es nítida en aquel septiembre.

Lunes ocho de septiembre combinado, visita a Verona temprano, incluida  foto con las manos en los pechos de Julieta, “pranzo” en Milan, y  junta de trabajo para cerrar  representación de lo que era mi marca de viaje favorita, Mandarina Duck a partir de esa fecha sería representante para México, todo prometedor. Cena en el restaurante “Torino” de la pequeña ciudad  de Mortara, famosa por su especialidad en cocina de pato.

Martes nueve de septiembre dos mil uno: día de amanecer con pausa, desayuno breve, paseo matinal por la íntima plaza Ducale de Vigevano, café en el Bramante, tren hacia la estación de Porta Genova, con conexión de metro a la estación de Cadorna; Nacho había viajado expresamente para ir a la boda y regresaba a su casa en Barcelona, llegamos a la estación con tiempo suficiente,  a nosotros nos toca al día siguiente salir a  la Toscana en auto, viaje esperado con ansia.  Son casi las 3 de la tarde, estamos haciendo tiempo en el bar de la estación, por el radio de ambiente se interrumpe la música: «un avión se ha estrellado en una de las torres gemelas de Nueva York» escucho, o pensé escuchar; ante la práctica imposibilidad de que fuera cierto supuse que se refería al tema de la canción, o que simplemente no entendí al locutor, solo me quedé pensando lo trágico que sería si fuera verdad aquello.

Nacho abordó el Malpensa Express, nosotros nos fuimos rodeando por el Parco Sempione a la oficina de la Banca Generali en donde trabajaba un buen amigo quien me haría favor de prestar su servicio de internet para enviar algunos mensajes. Encontrar señal de internet en aquel año en cualquier punto de Milan —ya no se diga de Italia— era casi imposible. Timbre de casa antigua, nos abren sin apenas preguntar quienes éramos. Entramos, y un grupo de unas veinte personas rodeaban un televisor pequeñito:

— se acaba de estrellar un avión en una de las torres gemelas, me confirman.

Hay personas con lágrimas —hombres, mujeres, da igual—, todos en silencio mirando la pequeña pantalla, me aturdo no dimensiono lo sucedido, nos abrazamos, un segundo avión se impacta con la Torre Sur, exclamaciones, más llanto, el estar fuera de casa hace que se vuelva todo aún mas incierto. Pienso en mi hermano que estaría volando en ese momento de regreso a México, pienso en mi amigo, que estaría volando hacia Barcelona, los avisos de vuelos cancelados o desviados empiezan a aparecer. La única certeza es que muchas de las certezas de nuestra existencia se terminaban.

Vemos las 2 torres derrumbarse, aparecen noticias de dos aviones más secuestrados; por la noche en la terraza del Roialto nuestros amigos italianos se preguntan como ayudar, que hacer ante la catástrofe, todo es desconcierto, sabemos que el mundo no será el mismo, nunca imaginamos cuanto.

Los días que siguieron fueron combinación de gozo en los valles de la Toscana y noticias de terror en el televisor por la noche, las historias de personas desaparecidas o muertas se repetían, el dolor se mostraba en todos los rincones del planeta.

Una de muchas certezas que uno supone se había desvanecido; era de los primeros aprendizajes sobre lo que es la vida sin endulzante.

*imagen propiedad de Aire de Santa Fé https://www.airedesantafe.com.ar/app/uploads/2018/09/atentado-torres-gemelas-364676-2.jpg

Adios a la Balma

A Nacho, por el recuerdo de aquella tarde.

Era una tarde soleada de invierno, y estábamos en la parte más disfrutable de la esquiada. Una piedra tipo laja se apoyaba encima de otras piedras que protegían el fuego al inferior de esta. La piedra, como en la antigüedad hacia la función de un asador. Gruesos cortes de se iban colocando para asar sobre la piedra ya caliente. era una comida algo improvisada al pié del Monte Rosa, una de las montañas más altas de los alpes; carne, verdura, fuego sobre piedra, buen vino del Piemonte, cigarros, y música en el exterior de una cabaña a media montaña.
Pedí agua, me dirigieron a la parte posterior de la cabaña, la que da hacia lo alto de la montaña, ahí había una de estas bombas que pensarías que ya no existen para extraer el agua, una bomba mecánica que al subir y bajar una palanca extraen agua de algún pozo y así tenías agua fresca, tan pura como podía ser la nieve del lugar; salido de alguna parte me abordó un viejo, un viejo como el que te puedes imaginar que vive en una montaña, piel arrugada, tostada, semblante amable, mirada cansada.
— ¿Da dove sei?
— Dal Messico
— ¿Messico?. —aquí hace la expresión alegre que hacen los extranjeros cuando les dices que eres de México—, allora parli spagnolo.
– Si. Contesto aún sorprendido. En ese momento, sin preámbulo y de corrido recita:

—Spagnolo, la lingua per parlare di dio…
Inglese, la lingua per parlare de i cavalli…
Francese, per parlare di diplomazia…
Tedesco, per comandare…
Italiano, per parlare da amore

No supe que decir.
— ¿Come si chiama?
— Carlos, ¿lei?. Me responde pero no recuerdo el nombre ya más.
— Piacere Carlos. Se da la vuelta y se pone a caminar, no se a donde, no había mucho alrededor más allá de pistas de esquiar

Termino de sacar el agua del pozo y regreso con el grupo.

Ese día era algo especial para la mayoría de ellos, todos de la zona de Lombardía que acudían cada vez que podían a esquiar a Alanga, estaban despidiendo una “mítica” pista de la parte Alagnese del Monte Rosa: La Balma. Una pista difícil, con aristas que permitían descender por lo que llaman fuori pista, tan espectacular en su entorno como en su dificultad. Para mí lo mejor había sido llegar a la cabaña sano y salvo, un esquiador inexperto como yo no la pasaba bien en esa pista ni con esa compañía de salvajes. Me llamaba la atención como este grupo de amigos, y en general el pueblo de Alagna en la Valsesia, despedían a esta pista —nunca supe porque la cerraron—; se veían letreros por todo el pueblo con diversas manifestaciones de despedida, hay que decir que todo el pueblo es una calle con más de una plaza y algunos bares. Un cariño a algo que les había dado felicidad a generaciones y que dejaba de ser.

Años después en Guadalajara, sintonizaba algún programa en la radio en donde entrevistaban a el propietario de la casa chocolatera Arnoldi; pronunció exactamente las mismas palabras que el viejo de la montaña, después, otra vez años más tarde, lo escuche de nuevo. Pensé cuando escuche al viejo que era algo de él, una poesía a media montaña alpina que me había regalado, pero no, es una forma relativamente conocida de referirse a la fonética de estas lenguas europeas.

Normalmente así sucede, en cinco minutos de tu vida esta te regala algo que te marca para siempre.

Los años maravillosos.

                   Entró en el pequeño y semioscuro recinto. Le gustaba la intimidad y el silencio de la discreta iglesia ubicada sobre la calle de López Cotilla. Hacía tiempo que no iba por iniciativa propia a una iglesia, eran escasas las ocasiones en el año que iba a misa, pero le gustaba tener esos momentos de meditación. Eligió una de las bancas de vieja madera, se persignó, se sentó no sabiendo bien a qué. Había entrado por instinto; caminaba por el rumbo, vio la iglesia y quizo hacer una pausa entre el caos vial de ese día en el centro de Guadalajara.

El silencio era total, era el único en la iglesia y le vino a la mente aquella capilla contigua a su colegio de la primaria. Le gustaba también esa iglesia y le gustaban las misas que ofrecían los padres salesianos. Recordaba, no sin experimentar un sentimiento de cursilería, cuando trataba de concentrarse como lo hiciera Domingo Savio para ver si por mera iluminación santísima terminaba arriba del altar; esas historias de Don Bosco y sus alumnos en la región del Piemonte. Sonrió ante el lejanísimo recuerdo.

Otros recuerdos como en cascada le fueron llegando, trato de relacionarlos con quien era actualmente, de entender el reflejo de aquella infancia ida, jugó a interpretar las experiencias en aprendizajes. El día en que le dijeron que uno de sus compañeros se había quemado con su juego de química y corrió al hospital Santa María para ver con curiosidad que era una quemadura y saludar a aquel compañero que sería su amigo para siempre; el día en que jugando futbol en una visita a un rancho de todo el salón, el nuevo de la clase le cayo en el hígado por personalista, sin adivinar que sería como un hermano para el resto de su vida; el día en que conoció el temor de su mamá por las motocicletas, cuando lo recogieron ya en secundaria un par de amigos en sus respectivas Vespas, envidia de la mala aún no superada.  Cuando supo lo que era la vocación desde chico al ver a aquel agraciado compañero dibujar de manera natural como un maestro; o aquella una mañana en que formados para escuchar un triste mensaje de la Dirección conoció que existía la muerte. Recordó como aprendió el respeto a los adultos cuando al entrar alguna mamá al salón les enseñaron a ponerse de pié; o los lunes en los que hacían el saludo a la bandera en protocolaria ceremonia; y cuando se acercaba la hora de la salida y empezaban los nervios porque se había citado en el clásico “nos vemos a la salida”, y aquello significaba una buena surtida de golpes de ida y vuelta pues el orgullo estaba de por medio. Recordó como arruinó un fácil examen de historia al querer compartir la respuesta con los de su fila y el maestro lo cachó cambiando la pregunta; o  el inocente valor que tuvo de levantarse a responder «una sola pregunta y quién la conteste quedará exento» y eso le valió dos cosas: un coro de “chiquis, chiquis, chiquis….” de todo el salón y unas maravillosas vacaciones de verano adelantadas.

Recordó el día, quizás en primero o segundo de la primaria, que en un torneo interno le tocó vestirse del Atlas y su compañero desde kínder (y para toda la vida) lo vistieron de Chiva para el coraje de ambos; le volvieron los nervios que sentía cuando se trataba de que te escogieran los capitanes de los equipos y no quería quedarse fuera; volvió a vivir los inter-salesianos: San Luis, Saltillo, Sahuayo, en este ultimo durmió en una casita cuyo sostén era una pequeña tiendita de abarrotes que daba al frente de la casa, época de aprender a valorar sus privilegios que no consideraría tales hasta muchos años después, cuando la desigualdad aberrante del país se lo recordaría todos los días.

Volvió a vivir los inicios de la adolescencia, las escapadas a los Multicinemas del Sol, la primera vez que le agarró la mano a una niña y que tuvo que ser en la recién inaugurada pista de hielo, las idas al Patín Biónico, atisbos de una Guadalajara que despertaba. Vio el primer eclipse solar. Era la época como diría en un poema García Márquez «de los pequeños estudiantes, que aprendíamos a navegar en los mapas elementales».

Reflexiono sobre como el tiempo no solo cura todo, sino que te vuelve solidario con quienes en la infancia «te caían mal», ahora los ves con el gusto de encontrarte con un compañero generacional que compartió el crecer en un mundo que cambió por completo, y entiendes que aquellas rencillas eran eso, cosas de niños. Pensó en Paco y en Federico a quienes la muerte se los llevó antes, mucho antes, ¿antes de qué?.

Despertó de aquel trance, solo pudo agradecer por aquellos años en el «B», que sin darse cuenta le habían formado, y dado a sus amigos y compañeros de vida.

475 + 10 Una historia dentro de otra

475 años | 10 años | 2.1% En Continua celebramos ser parte de ese 2.1% de la historia de Guadalajara. De la mano de los 475 años que cumple nuestra ciudad nosotros cumplimos 10 años de disfrutar el lugar que nos permite desarrollarnos, crecer, disfrutar y que nos reta todos los días.…

a través de 475 + 10 Gracias Guadalajara! — Blog Dis-continua

EL DÍA QUE CERRÓ VINÇON

VINÇON
La conocí en un lejano ya 1998, era mi primer viaje a Barcelona y cual turista paseaba con el grupo de amigos por el Paseo de Gracia. Hicimos la visita de rigor a la Pedrera y al bajar del recorrido por las terrazas del emblemático edificio de Gaudí ahí estaba. Un gran aparador de objetos de diseño, bien pensado, provocador, estudiado, coronado por un letrero en neón rojo. Cada marquesina tenía su propio letrero en un fino hilo luminoso color rojo, coronaba cada una un aparador atrayente, provocador,  escuela para el escaparatismo de diseño. La tienda era inmensa si se considera que se dedicaba a la venta de objetos de diseño, el punto es que trabajaba todo tipo de objetos de diseño: lapiceros y folders en plástico de colores, juegos de ajedrez, lámparas, sillas, escritorios, libros, cuadernos, pisa papeles, relojes, macetas, teléfonos, televisores, electrodomésticos, mobiliario impagable en algunos casos, en fin, lo que a uno se le pudiera ocurrir. Su sección de plumas, plumones, pasteles, estilográficas, rotuladores, pinceles y todo lo imaginable para escribir, pintar, dibujar, rotular invitaban a hipotecar la quincena. Un edén de objetos bien pensados y cuidados en su factura. El distintivo de su catálogo era la orientación de sus productos a la innovación, arriesgado, nunca convencional. En esa ocasión compré un abrecartas, sencillo, en aluminio satinado parecía un cuchillo. Maldito el día que lo extravié en no se que lugar.

En las  ocasiones que regresé a la Ciudad Condal fue parada obligatoria . El negocio tenía el encanto de ser arriesgado, de proponer, de atreverse con proveedores nuevos y nuevos proyectos de proveedores consolidados. Además del establecimiento comercial destinaba espacios a exposiciones de pintores, fotógrafos, escultores, colectivos, instalaciones, todas acorde al espíritu de VINÇON. Sus empaques atraían como imán a la vista y al tacto, cambiaban cada determinado tiempo y ver el papel de envoltura, las cintas, las bolsas de empaque era parte de la experiencia. En su sitio web actual (aún lo conservan, los propietarios han tenido el buen gusto de mantener en la memoria digital al menos este emblemático sitio) se lee:

Las bolsas de Vinçon forman parte de la iconografía de la ciudad y se han convertido en objeto de culto y coleccionismo. George Hardie, Pati Núñez, Mariscal, Juli Capella y Bárbara Kruger son algunos de los profesionales que han logrado que esto sucediera”

VINÇON cerró por la caída consistente de ventas a partir del 2008 hasta el 2015. Víctima de la crisis, sus productos dejaron de ser accesibles para la clientela local y se mantenía de alguna manera del turismo, pero un turista es más difícil que compre una cama o una lámpara de 2 metros para llevar a casa. Los propietarios decidieron cerrar la tienda antes que cambiar su ubicación, reducir su espacio o adaptar su catálogo al turismo de baratija china disfrazada de artículo de diseño tan en boga hoy para las selfies baratas.

VINÇON era un destino por si mismo en una ciudad en donde estos abundan, ejemplo de un comercio que para verlo, palparlo tenías que pagar la visita a la ciudad, nunca abrieron una sucursal. Un comercio independiente mas, pero no cualquiera cierra sus puertas y desapareció dando paso a un negocio de esas cadenas que hoy hacen que sea prácticamente indivisible estar en Paseo de Gracia, los Campos Elíseos, Oxford Street, Presidente Masaryk o cualquiera de esas calles templos del comercio de lujo, en una época semilleros del comercio local de calidad. El cierre de VINÇON uno de los comercios representativos de España y Europa, se convierte en símbolo  del consumo de masa, del triunfo de la propaganda, del úselo y tírelo. Así cada día nos parecemos más todos, hablamos de lo mismo, consumimos lo mismo, pagamos tributo a los grandes corporativos que alimentan los canales de comunicación, que compran celebridades, que aplastan el esfuerzo independiente.

El cierre de VINÇON  después de 74 años de fundada fue nota en gran parte de la prensa catalana y española, se reseño como una catástrofe para la identidad de ese ilustre Paseo de Gracia.

Hoy en el espacio que ocupo VINÇON se encuentra el comercio Massimo Dutti, que no requiere presentación.

Un Asunto Delicado

Prácticamente nunca la usaba, impecable descansaba con peligro de que la tinta contenida se secara. El primer día de la semana sintió que cierto texto tenía que escribirse con el suave deslizamiento de la punta de su estilográfica laqueada en negro.

No era su marca favorita,  había sido un generoso obsequio y le parecía un tanto ostentosa por lo que prefería tenerla guardada en el cajón de su escritorio —siempre bajo llave— pero le gustaba usarla en ocasiones íntimas, esas ocasiones en que quería sentir la suave escritura y desplazar los dedos apoyados cómodamente sobre el ancho mango laqueado.

Continuó usándola durante la semana. Se presentó un viaje previamente programado, rutinario, sin nada en especial mas allá del mantenimiento de las relaciones comerciales con algunos clientes. Con las invariables prisas a su salida, la tomó y la colocó en un apartado de su portafolios, lo hizo de manera inconsciente, jamás la sacaba de su oficina, apenas había salido de su estuche en todos estos años.

La temperatura en la gran ciudad era alta para la época, el tráfico no, ese era el de siempre,  por lo que se congratuló de haber tomado  tiempo para la cargada agenda que le esperaba ese tibio día de Diciembre de un año que hasta ese momento consideraba excepcionalmente bello.

Despachó la primer cita de manera rutinaria, finalizando compró cinta adhesiva —antes le llamaba bajo el genérico “Diurex” pero desde que una despachadora no entendió a que se refería y lo reprendió (haciéndolo de paso sentir anticuado) ya solo la llamaba de esa manera— para colocar tarjetas —escritas las tarjetas con la ya citada— a los presentes navideños que entregaría. Colocó las tarjetas y se enfiló a la segunda cita del día, estratégicamente agendada en un sitio cercano al de la primera; la segunda cita no fue distinta, entregó los presentes,  se revisaron  y comentaron cifras de cierre de año y se despidió con felicitaciones navideñas y parabienes a propósito de la incierta época que se avecinaba.

El taxista de su confianza —chaparrito y bonachón, aficionado de toda la vida a las Chivas— ya lo esperaba, iba tarde a la comida pactada también relativamente cerca, era la única manera de exprimir el limitado tiempo que  permite la metrópoli. Llamadas y mensajes en el trayecto, el clásico fallo bancario para las urgentes transferencias de cierre de año mientras la radio daba cuenta del tremendo trafico en Taxqueña, como si aquello fuera nota. Eligió bien el restaurante, sitio sencillo, ágil en el servicio y de comida decente que acompañaron con cervezas y media botella de un Nebbiolo de la región de Parras. Conversación sin sobresaltos con el noble y leal cliente a quién apreciaba especialmente por estas características ya —sobra decirlo— en franca extinción.

Todo normal. Sota, caballo, rey dirían algunos españoles.  Llegaron al té —y ahí es en donde cobra vida esta aburrida historia—, se levantó un momento a los servicios y aprovechó para revisar los mensajes de su teléfono. Esperaba un par de confirmaciones para el día siguiente. Los revisó todos, omitió los grupales (los omitía casi siempre saturado ya de esas ágoras del ocio) y se fijo en ese mensaje, de hecho en “esos” mensajes, eran varios del mismo numero desconocido. Regresaba a su mesa pero le ganó la curiosidad,  leyó el mensaje o empezó a leerlo. Se detuvo al tiempo que se regresaba a un tiempo lejano, un tiempo que tenía como entre paréntesis. Leyó completo el mensaje, lo volvió a leer, lo leyó una tercera vez, ahí parado en medio del restaurante sin apenas darse cuenta. Hizo cálculos, estimó alrededor de once años sin saber de ella, sin tener el más mínimo contacto. Nunca había preguntado por ella, de su vida no sabía nada prácticamente, alguna insinuación de alguien pero no le picaba la curiosidad, había decidido olvidarla, que el tiempo hiciera su trabajo. En medio de las palabras amables del mensaje y de temas quizás mencionados más por los nervios que por interés, resaltaba en el mensaje el “tengo que tratarte un tema delicado”. Delicado. Sopesó cada palabra, que podía ser delicado once años después. Le solicitaba un momento oportuno para hablar.

Regresó a su mesa, despacho con gusto y pausa su Té —otra excepción, rara vez bebía Té en este tipo de comidas— para hacer la digestión. Cerró la conversación con su invitado y salieron del lugar cada quién hacia el propio destino. Aún quedaba una cita más, y decidió aprovechar el trayecto para responder al saludo y mostrarse dispuesto a hablar en el momento que a ella le viniera bien. Dame diez minutos contestó ella.

Hablar con alguien once años más tarde siempre trae consigo incertidumbre, fue notoria. Saludos nerviosos, también gustosos. Comentarios breves  un tanto atropellados, lo predecible para empezar….cómo estás?, que ha sido de tu vida?, cómo están en tu casa?, ¿que ha sido de aquel amigo tuyo?, ¿tu trabajo qué tal?, transcurrían las preguntas mientras el trataba de reconocer en aquella voz la que tantas veces escuchó, el tono era similar, vivaz y alegre, su acento había vuelto a ser el típico de la ciudad, el caso es que se parecía pero no era la misma, ¿qué tanto puede cambiar la voz en once años? —pensó—. Se reconocieron, la conversación fluía, ambos se percibían más cómodos, sosegados dirían. Finalmente ella decidió entrar en el tema “delicado” que la había llevado a enviar el mensaje. Amplio y detallado preámbulo de la situación, desliz de algunos códigos comunes ya lejanos, construcción de argumento para finalmente dejar caer el “asunto” y que cualquiera que este fuera, a el le intrigaba lo que a estas alturas pudiera tener de delicado. Cuando lo mencionó el ya se había hecho una idea, menos mal pensó, nada grave, se sintió aliviado, se le habían venido como en cascada las más extravagantes cosas a la cabeza sobre el dichoso asunto.

Escuchaba o  al menos lo intentaba, hablaba rápido, demasiado rápido para  alguien como el, visual, agudamente visual y a quién costaba procesar por el oído, más aún a la velocidad de la voz al otro lado del auricular (también notó eso, hablaba mucho más rápido ahora, seguramente contagiada por el vértigo de la ciudad). Le toco su turno. “Entiendo, estoy de acuerdo, haré mi parte” le dijo, «solo quisiera una condición….», en ese momento de manera abrupta la batería de su teléfono se descargó por completo.

Se sentó en el escritorio dentro de su habitación, habiendo terminado las citas del día descansó leyendo mientras se cargaba la batería del teléfono. Lo encendió, repaso los mensajes, un nuevo mensaje de ella suponiendo (como era el caso) que la batería se había agotado. El mensaje era más largo esta vez, desempolvaba sentimientos pendientes de desahogar, cosas que ella necesitaba decir probablemente, el leía con pausa, buscaba identificar lo que le provocaban esas palabras mensajeras del tiempo transcurrido, de ese tiempo que cura, que da perspectiva, que ayuda quizás a entender, un mensaje amable, cariñoso, conciliatorio, le gustó y lo apreció.

La llamó. Disculpas por la abrupta interrupción, la conversación relajada, amistosa, con cierta complicidad del tiempo que fue y dejó de ser, oportunidad para desahogar cualquier sentimiento que quedará pendiente, intercambio de algunas situaciones de vida importantes. Terminaron la llamada —larga llamada para los estándares de él— probablemente ambos más ligeros, menos incompletos. El asunto delicado quedó zanjado también, quizás era lo de menos.

Abandonó su habitación y se fue a la barra del Pub que le quedaba más a la mano. Pidió una fría cerveza mientras escuchaba la voz en vivo de la cantante local cantando “Start Again” de Simonsen, sonrió, saco su estilográfica en laca negra de mango ancho y se puso a escribir en el bloc de notas robado a la habitación.

Barro y Fuego

2016-09-16-13-12-56

Jardín Etnobotánico, Oaxaca, Oaxaca.

A Miriam.

Nació en cuna de barro. Su mirada se habituó a despertar entre magueyes y comales. Sus manos se hundían en la masa acariciándola, casi como se acaricia la espalda suave de una mujer. Mimándola, manipulándola para convertirla al calor de dos enormes comales de barro, ya blancos por lo quemado en su superficie, testimonio de años de transformar las ricas variedades de maíz de la tierra

Su mirada silenciosa observa a los comensales, alza las pestañas da instrucciones a sus compañeros, se asegura que el servicio sea rápido, puntual, amable.

Su sangre zapoteca ha crecido con variedades del  maguey, ha visto destilar mezcal y fermentar el pulque. La miro,  sonríe tímidamente. Esta concentrada en su trabajo que hace con amor, orgullo de generaciones que han sabido cuidar su tierra.

En las mesas van colocando sal de gusano y chapulines; escamoles y fino mole negro que elaboran con la receta antigua de Juchitán, tierra Istmeña. Tlayudas, quesillo, tamales y hoja santa que envuelve en su delicado sabor las tortillas de maíz azul. Tasajo. Chocolate del Mayordomo. Café.

En la barra la amplia variedad de cerveza artesanal que se produce en el estado. Arte convertido en gastronomía,  gastronomía convertida en arte.

Xadani nos despide de Itanoni con la misma amabilidad con la que nos recibió, sus manos que continúan acariciando las diversas masas sobre un largo metate.

Oaxaca es la mirada honesta de sus pobladores. Es gastronomía rica, tierra negra, árboles frondosos en terreno llano, arquitectura, arte. Oaxaca es la generosidad de Toledo, el mercado de Tlacolula, la lana de Teotitlán, el papel de San Agustín Etla. Frondosos y  viejos ahuehuetes, laureles y por supuesto huajes.

Oaxaca es uno de los lugares más puros y honestos que quedan en este país.