Dolce far niente

A la memoria de Mario.

Lombardía está cerrada.

Cada uno tiene sus historias y referentes, la Lombardía es uno de los míos. En esa región del norte aprecié la cultura, la italiana y la mexicana, porque la distancia me enseñó a valorar la mía; aprendí a entender el italiano como lengua, conocí la gastronomía local, aprendí de la cinematografía de Visconti, conocí un pueblo universitario histórico como Pavía, un lugar que hace del pato un rito como Mortara, vi los programas de ironía de Chiambretti, disfruté al Chaplin italiano: Toto, el del cinematógrafo, y vi las hazañas de Toto, el pequeños del sur, campeón de goleó en el 90’. Vi los senos de Gianna Nannini apenas terminar de cantar “Notte Magiche” en San Siro, en el mundialista verano del noventa; disfruté de los paisajes estivos del Lago de Como, y las montañas alpinas, disfrute una y otra y otra vez de la planura lombarda, paisaje por el que podría circular una vida sin jamás aburrirme.

En Lombardía descubrí y ví a algunos de mis ídolos del deporte; a un equipo poderoso como no he conocido otro, el Milan de Sacchi, equipo sin paragón con el que se volvió amor eterno; vi a Schumacher, a Vettel, a Alonso, a Massa, a Montoya, todos en el boscoso y rapidísimo circuito de Monza.

En la Lombardía conocí el “dolce far niente” en su versión del norte (muy diferente a la versión original del sur, para bien o para mal), los espressos en las mañanas mientras se comentaba la nota del día, los aperitivos vespertinos en plazas abiertas, llenas de luz, cargadas de historias. He seguido durante cuarenta años el cuidado de la plaza Ducale en Vigevano, una discreta joya renacentista, escaparate de lo mejor de ese maravilloso lugar.

En los lagos lombardos vi luz a través de montañas que termina reflejándose en espejos de villas de trescientos años, meseros de guante blanco y librea que ofrecen un aperitivo al pié de la rivera. Brisa pálida que atraviesa lagos de aguas azules cruzados por las Riva de madera. Atardeceres desde el balcón de las Bozzetti en Cernobbio con vista al lago de Como desde un lugar privilegiado, acompañado por botellas de espumante, invitados por el querido Cesare. Recuerdos sutiles del cariño familiar de Fiorenza, Marilla, de la Tata.

Fue difícil entender cuando me enteré que la región lombarda era una de las principales contagiadas en el mundo por el coronavius. Una región laboriosa, culta, llena de historia, rica por donde se le vea, confinada por un virus, apestada casi por el mundo.

Recuerdo como si fuera casi habitual la estación de tren de Vigevano con destino a Milano (o a Alessandria en el otro sentido), recorrido que pasa por el río Ticino, por la planura lombarda, por Abbiategrasso —el lugar en donde recuerdo haber conocido los mejillones (una gran revelación infantil) en aquel restaurante Napoleone—, recorrido que continúa por enormes plantas industriales recientemente venidas a menos, por las puertas sur de Milano, por la mítica estación de Porta Genova

Conocí el Speck, la Bresaola, el vino blanco del Oltrepo Pavese, el arroz de la planura, la manufactura fina del calzado de Aldrovandi, de Moreschi, la peletería de Buscattese, el fino y educado trazo de Nick, diseñador por años en la empresa de familia, los gelatos -sobre todas las cosas los gelatos— del café Bramante, ya desaparecido, o del histórico “Comercio”, aún vigente. La industriosa zona de Brescia y la maravilla que es Bergamo Alta, los frescos en el palacio Gonzaga en Mantova, seguidos de una copa de

Por encima de todo conocí la amistad a distancia, el cariño a millas de distancia de mi país. Gracias a mi padre fue que conocimos a Mario, que nos abrió las puertas de su casa. A Pietro, hermano por adopción, a Alessandra, a la querida Fiorella, a Delia, madre italiana por adopción, una señora exquisita. Su estupenda cocina, y la manera tan italiana de hacer familia en torno a la buena mesa. Su amor al detalle, a la manufactura artesanal, al amor por lo propio, el balcón de flores, entendí la importancia de cuidar lo que se ama. Conocí lo más importante que se queda en el corazón de por vida, lo que ningún virus ni ninguna crisis podrá jamás arrebatarte.

Me sigo y no acabo nunca, la Lombardía está cerrada.