De París a Roubaix, un paseo en bicicleta

No aparece en los mapas del turismo sugerido para Francia, Roubaix, una pequeña ciudad en los límites con Bélgica, de tradición industrial en su momento,  hace algunos siglos capital industrial de tejidos de lana. El tránsito de París hacia esta ciudad ubicada en la región de los Altos de Francia transcurre por ciudades industriales, pueblos medievales, y bosques encantados. Un paseo amable se podría decir, hasta una fecha fatídica marcada en el calendario, la prueba más dura en el circuito de ciclismo profesional: la clásica Paris-Roubaix, el Infierno del Norte. Un trayecto de mas de doscientos cincuenta kilómetros, de los cuales cincuenta se corren sobre “pavé” en distintos tramos, cada uno clasificado con estrellas según su grado de dificultad. Un adoquín de piedra, cargado de tierra, lodo, agua, un piso flotante a velocidades de más de cuarenta kilómetros sobre bicicletas que pesan acaso siete kilos

Mas de treinta tramos diversos de pavé, cada uno con su grado de dificultad calificado, el de más fama quizás, y muchas ocasiones decisivo es el que pasa por un bellísimo bosque, el bosque de Arenbeg. Un tramo sobre del que se dice que todo cambia a partir de su entrada, un autor menciona al citarlo,  “es como los niños, estamos bien sin ellos, pero el día que aparecen, nos preguntamos cómo hemos podido vivir sin ellos.”

Una prueba que cada año modifica su recorrido, mas no la dureza, está cambia según condiciones: lluvia, lodo, estado del adoquín, frío, calor. La prueba ciclista mas dura del mundo, posiblemente el evento deportivo más complejo, solo terminarlo implica un reto mayúsculo.

Trabajo en equipo, resistencia a un resbaloso y accidentado suelo, compañerismo, soledad, frustración, caídas, dolor, emoción, triunfo, todo el carácter y fuerza de atletas, todas las emociones y sensaciones de las que es capaz el ser humano. Lo mejor y posiblemente lo peor de la versión de cada uno según las circunstancias. Una carrera dura como la vida.

“es como los niños, estamos bien sin ellos, pero el día que aparecen, nos preguntamos cómo hemos podido vivir sin ellos.”

Todo termina en el rápido velódromo de concreto y altas curvas peraltadas de Roubaix. En la edición de este año, especial como lo ha sido todo, trastocado por la pandemia del Covid-19, tras cambiar de fecha y después de año y medio de retraso, una edición por demás dura, después de más de doscientos cincuenta kilómetros, tres ciclistas se jugaron el honor en un sprint  final, entrando todos en el mismo segundo.

El primero en cruzar fue Sonny Colbrelli, cuya principal virtud fue mantenerse como  sombra al ritmo del favorito Mathieu van der Poel. El belga, junto con un novato de 22 años hicieron el gasto durante la última parte de la carrera, el belga jaló al trío de ciclistas finalistas. En el último tirón, en un final que más parecía prueba de velocidad olímpica que un circuito de ruta larga, el italiano en un suspiro terminó por robarles la cartera a van der Poel, y al joven holandés Vermeersch 

Atrás, apenas unos pocos kilómetros antes del entrar al velódromo, habían dejado a Gianni Moscon, quien tras una caída, una ponchadura, acabó con la resistencia heroica que había realizado en solitario. Terminó solo cuarto.

Colbrelli y van der Poel, con el cuerpo cubierto de lodo se tiraron sobre el césped del interior del circuito, exhaustos, con lagrimas por haber vencido algo más que una prueba de ciclismo.

Este año atinadamente se celebró por primera ocasión la versión para mujeres, no menos espectacular que la prueba masculina.

De no perderse es el resumen de la versión 2021 de la carrera, y en especial la deliciosa y poética  reseña de Javier Ares, comentarista español de fácil palabra y fina prosa, amante del ciclismo, y recomendación de mi gurú ciclista de cabecera, el capitán Juanpa de Aguinaga.

La vida se ve distinta desde una bicicleta